La colección de crónicas de Mariana Enríquez, titulada El otro lado, publicada por Anagrama y editada por Leila Guerriero, es un mundo magnífico donde conviven historias de literatura, rock, horror y cine; en resumen, lo único que importa. Dentro del libro, me encontré con un capítulo que habla sobre Joyce Carol Oates, autora americana, cuyas obras se consideran clásicos de la literatura moderna, ganadora del National Book Award y de otros galardones en el campo de las ciencias sociales. La particularidad que me interesó en el artículo, es que me entero que Joyce tiene un ensayo titulado Del boxeo.
Sí, la Joyce Carol Oates, que generalmente habla sobre las violencias en diversos grupos sociales en sus obras y es considerada como una de las mejores escritoras actuales, escribió un ensayo sobre el boxeo. Tengo tiempo preguntándome qué obsesión tiene la literatura con el boxeo. En ocasiones, una y la otra parecerían polos opuestos; una se percibe como un acto del espíritu, desprovisto de violencia alguna y un arte noble, mientras que la otra se cataloga como un acto de violencia pura y poco cerebral.
La realidad es que contienen un nexo que distintos autores han sabido rescatar. Cuando hacemos este vínculo siempre pensamos en Hemingway y su obsesión con los combates (aunque también la tuvo con otras expresiones vinculadas a lo masculino; las armas, la cacería y el alcoholismo). Y aunque probablemente sea la referencia más grande en cuanto al mundo literario, su obra ve muy poco sobre la temática del box. Por otro lado, Joyce Carol Oates, en su ensayo, demuestra un conocimiento ejemplar sobre el boxeo en el siglo XX. Y no solo eso; nos enseña y responde cual es el valor literario y poético que tiene el deporte llamado the sweet science o la dulce ciencia.
El hilo conductor siempre es la violencia. La cámara está enfocada en la palabra violencia y los alrededores difuminados muestran la historia de la paternidad, la voluntad de vivir, el significado de la masculinidad y el dolor. La asociación que tiene la violencia del boxeo con la violencia de escribir, es indudable. Traer al mundo un sentimiento atormentante y espinoso es una gran violencia autoinfligida. Esa autolesión que te haces para el goce de los demás al escribir, solamente puede ser comparada con subirte a un ring a sabiendas de que la gente está disfrutando un acto que sabes te puede causar la muerte.
Joyce rescata la famosa frase de que el boxeo no puede ser considerado como un deporte, ya que no se juega. El fútbol se juega, el básquetbol se juega, pero es imposible asemejar un acto como el boxeo a un juego. – En sus momentos de mayor intensidad parece contener una imagen de la vida tan completa y potente -belleza de la vida, vulnerabilidad, desesperación, coraje incalculable y a veces autodestructivo- que el boxeo es la vida y difícilmente un simple juego –, nos dice la autora.
El concepto de juego también tiene un aspecto de clase. Vemos la consideración del boxeo como un posible espacio de movilidad económica. Los niños en Tepito no van a jugar a los gimnasios de boxeo, los niños en Harlem no van a jugar al boxeo, y los niños en Phuket no van a jugar al boxeo, lo hacen porque sus padres saben que es un medio para romper la difícil trampa de la pobreza. El juego, entonces, esa actividad lúdica, está reservado para los deportes. El boxeador que proviene de un entorno de pobreza, desde niño, sabe que, en el boxeo, ni en la vida, hay tiempo para juegos.
Ejemplos claros son Jake LaMotta, el cual escribió sus memorias llamadas Toro Salvaje: Mi Historia, y que posteriormente fue llevada al cine por Martin Scorsese en 1980, estelarizada por Robert De Niro, actuación que le brindó un Oscar; Mike Tyson, el cual fue arrestado en múltiples ocasiones desde sus 12 años y que vivió en hogares de acogida; y Roberto Durán, reconocido por su estilo violento en el ring y su frase: “Después de la infancia que tuve, ¿A quién coños iba a temer?”.
Joyce Carol Oates nos enseña, que: el dolor en el contexto adecuado, es algo distinto al dolor. La semejanza que existe entre la literatura y el boxeo puede ser resumida en esta frase anterior. No sé si puedo llamarle aprendizaje, pero, por lo menos, entendí que lo que une la literatura y el boxeo, entonces, es, que te exhibes ante extraños en la oscuridad, mientras te encuentras solo, en una plataforma elevada, con luces a los alrededores, esperando salir vivo de ahí. Como la vida.