8 septiembre, 2024
Radio Sonora
Opinión de Sylvia Arvizu

COMO AVE CAUTIVA: ETERNA TALONA

Mas vale una pálida tinta que una brillante memoria me dijo, mientras escribía el número de teléfono de su hermano en la palma de mi mano. Es periodista, me aconsejó, si necesitas alzar la voz, no dudes en llamarlo. Y luego se fue a recibir a la visita de los sábados guitarra en mano, para ganarse una propina. Ese fue mi primer encuentro con ella, hace casi dieciocho años.

En los pasillos del penal femenil en Hermosillo, era una leyenda viviente. Dormía en el área de castigos por el puro gusto de vivir contracorriente, no pasaba lista, y si necesitaba algún medicamento, las celadoras se lo llevaban exclusivamente hasta el área de castigos, que con el tiempo era considerado como su cuarto. Algunas veces compartía el espacio con alguna novia. Con unas mas estable que con otras, pero todas enamoradas hasta las cachas. La Guti, ya entrada en años, seguía siendo una amenaza para las chicas, que coincidían en lo rico que olía. Bien perfumada, perfectamente peinada con gel y el cabello echado atrás lucía con orgullo sus cadenas de plata, los anillos, el reloj. Los tenis converse impecables, y una camiseta rockera, invariablemente negra.

Platicadora. Sabedora de todos los temas, con todos hablaba. Se quejaba solo del doctor del penal. Como ella decía con los pelos de la burra en la mano. Le molestaba la atención médica. Cada vez que le tocaba consulta, intencionalmente refería al médico un dolor distinto, solo para comprobarnos que doliera lo que doliera, siempre le daban diclofenaco. Aunque el objetivo de ir a la clínica era robarse las torundas con alcohol, para luego venderlas en las festividades en el femenil. La onda era levantar una feria de donde se pudiera.

Los días de visita eran distintos cuando la Guti amenizaba. Recibía en la puerta a las abuelas, las mamás, los hijos, los compas. Se sabia todos los nombres y todas las historias. Conocía todas las colonias de Hermosillo, todos los rumbos y en toda tenía una aventura, en la que por supuesto, siempre salía airosa y contaba para ganarse también una moneda. Después cantaba canciones cortitas pero baratas -decía- para alcanzar a recorrer todas las mesas. “Pero tus ojos no pueden verme, ni tus oídos escucharme, las puertas de tu corazón cerraste con llave” entonaba a todo pulmón, con una potencia de voz envidiable. Desgarrada, como si la canción le doliera en el alma. Nunca perdió el objetivo: completar con las propinas la chimichanga que se comería después de la visita acompañada con un sodón. Eterna talona. Sabíamos de sobra que juntaba mucho más de lo que costaba la chimichanga. Y sabíamos también que, aunque no la completara, la Maribel, -la que las vendía- de todas formas, se la regalaría.

Era casi imposible decirle que no a la Guti. Una vez me pidió consejos para conducir un programa de radio. Que porque más tarde se iba libre e iría a pedir chamba de locutora. No se fue, pero si ensayó a todo volumen desde su celda toda la bendita noche. No durmió. Ni nosotros.

En el día no paraba un segundo. Con todo y su andar de lado con la pierna fracturada. En silla de ruedas, cuando trajo muletas, cuando trajo yeso, y hasta cuando trajo el clavo de fuera. Guitarra en la espalda como eterna compañera, la conversación cada vez mas disparatada, las palabras rimbombantes en medio de momentos de lucidez.

Cantaba en la cancha, el día de la virgen, en navidad, el día de las madres. Cantaba en los columpios, en la visita, en los cuartos, en las escaleras. Cantaba hasta esa vez en que medio cuerpo se le quedó atrapado adentro del taníchi de sodas del femenil. Por debajo de la tapadera con letras de coca cola, alcanzábamos a ver las piernas de la Guti por fuera, y el resto del cuerpo casi en la hielera de las sodas, mientras entonaba las del buki mayor, su ídolo de toda la vida, su modelo a seguir.

Dos días después muy de madrugada lo logró. Venció el candado del puestecito y asaltó la hielera de paletas Holanda. No dejó una sola: repartió paletas por los pasillos del femenil, quienes festejaban además de la hazaña, el postre mañanero.

Se fue libre mil veces, y regresó mil veces. Le gustaba estar adentro, sentirse querida, admirada. Mas de una vez se aferró a las rejas y tuvieron que llevarla a la calle con fuerza pública. Y mientras era encaminada a la banqueta, cantaba.

Cuando volvía, le gustaba contarme novedades de afuera: Que había visto mi calle, mi casa, a los míos. Decía que cuidaba a la Sylvana de lejos. Que ella siempre la cuidaría y que una vez, hasta le puso una pulserita a través del cerco de mi casa.

Ya siendo libre, estacionándome en un Oxxo, me llegó por la espalda y se me sube al carro. Ya te hacia muerta, le dije sorprendida, porque ya no volví a saber nada de ti. Es que ando bien, me dijo, ando al cien. Por supuesto me tumbó cien pesos y la sensación de que debimos platicar mas. La vi entera, sonriente, taloneando siempre el cigarro suelto, la soda de vidrio. La abracé, y ella correspondió. Primero cálida, luego rejega. Me enseñó el tatuaje de su muñeca con mi nombre repitiéndome: acuérdate que no es por ti suertuda, no es por ti, y se reía mientras entraba al Oxxo, con la guitarra en una mano y el cigarro en la otra. “y yo que sueño con darte un beso y acariciar tu piel de niña” se oye al interior del súper.

Hace unos días me enseñaron su foto. No pude mas que sentir una inmensa ternura al ver su cuerpo dormido, inmóvil en el pavimento. Que fue un accidente decía la nota. Que mientras viajaba en moto, en un alto, intentó acomodarse la guitarra, la moto se le fue y el desenlace fue fatal. Su voz, sus conversaciones, todo aparecía una y otra vez en mi mente. Ojalá que a donde vaya pueda cantar, Pensé. Pensé también en despedirla en mis recuerdos, pero luego decidí decirle adiós escribiéndole, porque, como ella decía: más vale una pálida tinta, que una brillante memoria.

Sylvia Arvizu
Diciembre 05,2022.

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