Su sueño de ser maestra no pudo hacerse realidad. Estudió en dos ocasiones cuarto grado de primaria porque amaba aprender, y porque sabía que, al pasar a quinto grado, no se concretaría su deseo de trasladarse diariamente a otra comunidad cercana para terminar la primaria.
Transcurría la década de 1940 en El Jojobal, comunidad del Río Sonora, y Josefina, siendo la hija mayor, no lo sabía, pero dentro de unos años perdería a su madre y se quedaría al cuidado de sus hermanos (as) menores, de toda una casa y un listado enorme de quehaceres domésticos que atender.
Con el tiempo salió de casa, no para estudiar, sino para trabajar en haciendas como cocinera. Sus manos hacían magia, me platicó que con frecuencia se acercaban a ella para observarlas y tocarlas, no daban crédito a tan buena sazón. Tenía en ese entonces 14 años.
Josefina fue una mujer muy trabajadora. Dedicó la mayor parte de su vida a alimentar a su familia y a realizar labores de cuidado: primero fueron sus hermanos (as), luego su padre, esposo, hijos (as), y nietos (as). Además de poseer un don extraordinario para la cocina, también disfrutaba cuidar las plantas. Su jardín repleto de una gran variedad de flores y árboles frutales era su mayor logro.
Siempre me pregunté, ¿cómo habría sido su vida de haber estudiado y ejercido la docencia?
Y es que el impacto de la educación en las mujeres es profundo, tanto en lo individual como en el ámbito social. Nos dota de empoderamiento personal y autonomía, nos da confianza y mayor autoestima. Mejora nuestro bienestar y nos permite tomar decisiones sobre nuestras vidas. Se ha comprobado que, a mayores estudios, las mujeres tienden a retrasar el matrimonio y la maternidad.
Cuando las mujeres estudian tienen acceso a empleos mejor remunerados y contribuyen de manera activa en las economías de sus familias, de las cuáles, muchas veces suelen ser cabeza. El impacto también es generacional pues una madre educada, tiene más posibilidades de enviar a sus hijos e hijas a la escuela y a acompañarles en sus procesos de aprendizaje.
Cuando de empoderamiento femenino se trata, éste suele acompañarse de ideas erróneas y un absurdo recelo, pero, de acuerdo a mi experiencia personal y familiar, radica en la educación y el impacto tan profundo y decisivo que brinda para abandonar círculos de violencia, lograr el bienestar y la felicidad.
Hoy celebro que hace 70 años las mujeres en México ejercieron por primera vez su derecho al voto, pero también porque reconozco que tenemos mayor acceso a la educación.
Celebro a mujeres como Josefina, que, con su esfuerzo, dedicación y sueños no cumplidos, sirvieron de inspiración para generaciones como la mía. La recuerdo con mucho respeto, amor y añoranza porque fue una abuela muy cariñosa. Ella siempre estuvo presente, me abrazó, me apapachó y me alimentó, y confieso que con su ejemplo trato de seguir adelante día con día.