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La crisis del hiperconsumo del tiempo planetario y cómo remediarla

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Pensamos que los efectos del cambio climático son por el uso y abuso de los combustibles fósiles que se dio a partir de la revolución industrial. Hasta ahí todo está claro, gracias a las contribuciones de cientos de personas que han llevado a cabo investigaciones al respecto en los últimos años. Pero ¿qué tal si hay algo más en esta crisis que no nos hemos detenido a pensar y que es aún más devastador e impredecible para la vida en el planeta?

El petróleo es, a grandes rasgos, el resultado de la acumulación de pequeñas algas y restos de organismos localizados en el fondo de mares y lagunas presionados por capas geológicas a lo largo de 252 millones de años, que dio como resultado la formación de una sustancia viscosa con alto contenido calórico y que ha sido la base de la actual era industrial.

Gracias al petróleo tenemos energía eléctrica, automóviles, aviones, industria, etcétera, los cuales se han desarrollado en los últimos 150 años. Esto quiere decir que hemos utilizado un recurso que tomó millones de años en formarse y lo hemos usado en menos de doscientos años, una fracción de segundo en el marco de referencia del tiempo geológico.

Ahora detengámonos aquí, ¿qué tal si el tiempo tiene un ritmo natural en el universo con el cual estamos muy familiarizados como especie? Entre otros ejemplos, conocemos muy bien el ritmo del cambio de estaciones, el crecimiento y desarrollo de un bebé, la maduración de una idea, el surgimiento y continuidad de una amistad y el crecimiento de una planta. Sin embargo, ahora estamos usando una sustancia que se formó a lo largo de muchísimos años; es decir, no es solo el petróleo el que estamos usando, estamos agotando también el tiempo que llevó en formarse.

Esto es, estamos “forzando”, por llamarlo de alguna manera, una posible ley del universo en donde normalmente las especies conviven con esta dimensión “normal” del tiempo. Por ejemplo, imaginemos el tiempo en la forma de una hebra de hilo que se entreteje con nuestras actividades diarias, nos acompaña durante toda nuestra vida y sobre la cual tenemos un profundo conocimiento y conciencia de ella como especie. Sin embargo, qué pasa cuando usamos un recurso que está entrelazado a un “enjambre” de hebras, ya que llevó millones de años en formarse y de alguna manera, el recurso y el tiempo están unidos. Es una pregunta que no logramos visualizar como especie, ya que es algo que va más allá de nuestra escala de comprensión.

Quien ha tenido la fortuna de conocer el Gran Cañón de Arizona y se ha acercado a la orilla de esta falla geológica, no tiene una referencia de qué tan profundo es, ni de la escala que representa en nuestras vidas cotidianas, y tampoco lo entiende plenamente, solamente intuye que es algo inmenso. Esta misma sensación la tenemos al ser testigos de todos los efectos del cambio climático, que ya estamos sintiendo, pero que no comprendemos totalmente, solamente sabemos que pueden ser enormes y tienen el potencial de ser una gran fuerza destructiva para el planeta: estamos en la orilla de una gran catástrofe que no logramos dimensionar. También esto se puede sentir al momento de presenciar una explosión nuclear, ya que son fenómenos que se salen de nuestra comprensión, precisamente porque son eventos que involucran enjambres de tiempo que no logramos percibir o intuir como seres humanos.

Las grandes amenazas al planeta están relacionadas con la explotación de recursos que llevaron mucho tiempo en formarse. Por ejemplo, las actividades mineras que dejan una huella ecológica impresionante, la explotación de acuíferos antiguos en el desierto (también llamada agua fósil), el material genético que es el resultado de miles de años de evolución y con el cual estamos experimentando, la biodiversidad como una red de interrelaciones entre especies, el equilibrio que existe en los suelos y, por supuesto, los combustibles fósiles.

Explotamos y modificamos todos estos recursos sin ninguna reflexión hacia la inversión de tiempo que llevó a la naturaleza en generarlos. Y, si nos vamos un poco más allá, el uso de estos recursos entrelazados a enjambres de tiempo nos puede causar una gran angustia e incertidumbre de nuestro ser y nuestro futuro, que quizás tenga que ver con la incomprensión de explotar millones de años en un segundo.

¿Y qué podemos hacer ante estas posibles catástrofes que nos acechan como humanidad? He pensado que la forma en que podemos combatir esta crisis del hiperconsumo del tiempo planetario es a través de ralentizar, que significa imprimir lentitud a alguna operación o proceso o disminuir su velocidad, a todas nuestras actividades como civilización. Es decir, retomar el ritmo que nos dicta el universo, regresar los recursos extraídos al planeta y al orden del universo. Esto puede ser a través de reforestación, restauración de biodiversidad, limpieza de aguas contaminadas, enriquecimiento de suelos, agroecología, restauración de mantos acuíferos y todos los mecanismos de producción que toman en cuenta el ritmo natural de nuestro planeta.

Esto no quiere decir que regresemos a los tiempos previos a la revolución industrial, ya que sería imposible mantenernos alimentados. Sin embargo, al menos tenemos que estar conscientes de esta posibilidad del consumo de tiempo y de que necesitamos disminuir nuestros ritmos civilizatorios, crear espacios para interactuar entre nosotros, poner atención al ritmo del tiempo y escucharlo; practicar estas actividades genera tranquilidad.

Estoy segura de que como especie que hemos convivido con esta hebra por miles de años sabemos cómo hacerlo, solo hay que darnos cuenta de nuestro descuido y retomar nuestra intuición de cómo convivir con esta sabia guía que es el tiempo; nuestra supervivencia como especie está en juego.

Autora: Jaqueline García Hernández, investigadora de la subsede Guaymas del CIAD.

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