Radio Sonora
Opinión de Sylvia Arvizu

La espera

Marcela lleva meses buscando trabajo. Desde que la corrieron de la ferretería porque su currículo es demasiado bueno, pero no es el perfil que requieren. Su carpeta bajo el brazo se ha convertido en un infaltable accesorio como su cubrebocas. Hoy, es un día especial. Acudirá a una entrevista en punto de las nueve. Se pone su blusa más formal, cuida cada detalle de su maquillaje y limpia con un trapo húmedo sus zapatos de salir. Se dirige entonces a lo que ella cree, su nuevo destino.
El salón de clases es ahora una sala de espera. Hay por lo menos unas diez personas esperando. Un mesabanco si, un mesabanco no, por aquello de la sana distancia. La información que dan en la puerta es reservada. El guardia de la entrada les pide que se pongan gel, que piden el tapete, que pasen al aula de color blanco que en unos minutos les atenderán para la entrevista. Llegan otras dos personas más. Con un folder algunos, con curriculum o solicitud otros. El mejor saco, le mejor pantalón. La primera impresión es lo que cuenta, dicen.
Llevan ya más de una hora esperando y aun nadie los entiende. Nadie dice nada, nadie sabe nada. Mientras esperan todos están inmersos en sus teléfonos, hasta Marcela, que sin tener datos finge interés en leer algo en la pantalla de su celular que se mantiene estática en la leyenda: sin conexión.
El gordito que llegó a lo primero rompe por fin el silencio. ¿Alguien sabe porque se tardan tanto? Pregunta. Y como reguero de pólvora, los demás empiezan a hablar deseosos de poder desahogar, aunque sea un par de palabras con aquellos desconocidos con cubrebocas. Que solo dijeron que esperaran. Que si todos vienen por el puesto de auxiliar administrativo, que aquella espera era demasiada, que mejor se van a ir, que si no se van es porque necesitan mucho la chamba.
El joven de corbata cuenta que una vez ya le había ocurrido algo así. Que en una empresa de plásticos lo citaron, lo metieron en un cubículo y nunca lo atendieron. Se hizo de noche, cerraron y todo y a él tuvo que sacarlo el velador. Los demás lo observan con solidaria ternura. La mujer rubia con uniforme de maquiladora tiene una ocurrencia: ¿y si esta espera es intencional para ponernos a prueba? Es cierto, dice la chava de la trenza ¿Qué tal si hemos estado siendo observados todo este tiempo? Así le hacen en el banco en el que yo trabajaba, nos ponían pruebas bien raras de resistencia y confianza, para vernos como reaccionábamos trabajando bajo presión. “Puede ser “dijo el señor de la barba, “así era también en Estados Unidos. Ahí trabajé durante veinticinco años en una trasnacional. Mi madre muere de covid acá en Sonora. Tuve que venir a los tramites de su funeral y ya no me pude regresar. Y véanme ahora aquí, solicitando un puesto con un sueldo mucho menor al que estoy acostumbrado por la mendiga pandemia.”
“Por la pandemia también tuve que cerrar mi negocio”, dice el muchacho peinado con gel. “Un local de piñatas que atendía mi esposa y una carreta de tacos de cabeza que atendía yo. Resistí lo más que pude, pero llegó el momento en que me fue imposible sostener los gastos. Pinche pandemia.”
“La pandemia y el cambio de gobierno” Expone la señora de anchas caderas y mascada al cuello. “Yo trabajé veintitrés años en la SEC, en control escolar de Educación Especial. Desde el cambio de administración sabíamos que iban a ocurrir cambios, pero no nos imaginábamos que tantos y tan pronto. ¡Que fea esa gente para correr en serio, que bárbaros! Llegaron con engaños, nos hicieron firmar cosas, nos prometieron otras y nos garantizaron que no quedaríamos desamparados. Y mira, me quedé encharcada con un x-box que le saqué a mi hijo en Sears para navidad creyendo que la famosa 4T no me dejaría volando. Me liquidaron con una baba y todavía me pidieron que capacitara a la chamaca que se iba a quedar en mi lugar. Que voy a andar capacitando a la sobrina del titular ni que nada, mejor me pongo a buscar chamba porque cuando menos me dé cuenta se me acaba el tiempo del seguro de desempleo y hay que pagar la hipoteca de la casa. Y el x-box, el pinchi x-box. Suspira.
Un joven con camisa y gafete de la universidad en la que esperan, se planta en el umbral de la puerta y con voz firme pero amable les avisa que debido a la carga de trabajo las entrevistas programadas para el día de hoy se reagendarán para el resto de la semana. Que se les pide mil disculpas por las molestias causadas. El disgusto es general entre los candidatos quienes se despiden cual si hubieran sido grandes amigos desde de aquella jornada de espera.
Han pasado cinco días. Marcela se comunica al área de reclutamiento de la universidad en cuestión pues como no ha sabido nada quiere preguntar si será convocada de nuevo a entrevista: La respuesta del otro lado de la bocina es muy clara: que la vacante ya fue cubierta, por una prima del dueño, que cubrió a cabalidad el perfil requerido.

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