Olor a quemado. Estoy dormida junto a mi novia, dice la Danny, cuando me despierta el olor de plástico chamuscado. Me pongo de pie, reviso los cables, las conexiones. Veo en la taza del baño si el cigarrillo que me había fumado antes de dormir está apagado. Echo un ojo a mi celda. Camino al pasillo para ver entre las rejas hacia la cancha y asegurarme que todo está bien.
Algunas mujeres inquietas están reunidas en la reja principal del pabellón. Tienen más de media hora intentando hablarles a las custodias que han de estar en un solo ronquido, dice la Karla. Yo me despierto cuando escucho las voces de las chamacas pidiendo ayuda, dice la Caty. Son muchos gritos, algo muy malo debe estar pasando, dice que pensó.
Las llamas que se asoman del edifico contiguo toman fuerza en cuestión de segundos. Por arriba de las ventanas que dan a las regaderas se alcanza a ver el humo. De pronto las de la planta baja gritan que el fuego está agarrando vuelo demasiado rápido. Ninguna autoridad se asoma a lo lejos. Las mujeres en una sola fuerza, empujan como “columpio” las rejas y, logran tirar la puerta que cierra el pabellón dos de la planta alta. El que está enseguida de los talleres del varonil, justo el de las tarimas.
Allá viene una bombera, grita la Mary, se oye a lo lejos la sirena. ¿Como sabes que es una bombera y no una ambulancia?, le pregunta la Ana. No sé, dice la Mary, prefiero que algo se queme y no que alguien se muera.
No había mucho que se pudiera hacer. Solo se ven pedazos de techo caer desde la parte más alta de la gran bodega. No es hasta que bajan a la puerta principal cuando entienden la magnitud del asunto. Los pasamanos de las escaleras de metal queman las manos de las mujeres que, con lágrimas algunas, y a punto del infarto otras huyen del calor sin saber a donde ir. O hasta donde puedan moverse para refugiarse.
La Alma agarra a su hija, la cubre con una bata y sale lo más rápido hasta donde la reja del área destinada para maternal le permite llegar: un timbre de “emergencias” para cuando necesiten algo puedan llamar a las celadoras. Lo presiona más de cinco veces, pero nadie atiende. La angustia se extiende tan rápido como el fuego.
La Lupona vive en el segundo piso, pero ahora está en el área de castigos, en el famoso hoyo. De ese lugar nadie se acuerda. La Lupona solo oye la trajinar de todo el mundo “afuera” en la cancha. Los gritos de la Lupona son sofocados por las sirenas que se oyen desde afuera. Nadie la oye, nadie se acuerda.
Doña Blanquita, la doñita buena para jugar a la lotería esta medio sorda, hay que ir por ella, a lo mejor ni se ha dado cuenta de lo que está pasando, dice la Anel, enrollándose en una cobija para entrar de nuevo al pabellón. Doña Blanquita está dormida cuando la Anel entra a su celda. Está un poco confundida cuando le explican lo que sucede. ¿No tenemos alarmas de incendios entonces? Pregunta más ingenua que ociosa. Sacarla con rapidez es también una hazaña. La doñita se mueve lento con una andadera. Anel decide cargarla en brazos y sacarla lo mas rápido posible. Doña Blanquita se orina encima debido al miedo. Anel no puede hacer más que aguantar vara.
Por fin las guardias llegan hasta donde las mujeres. Para comentar más tarde, primero graban con sus celulares las imágenes de las llamas por encima del techo de lámina de los talleres. Luego instruyen a las internas a que una a una y en fila pasen a la explanada de tierra donde esperarán instrucciones de como procederán. Despejar el área es la consigna y luego el pase lista extraordinario para verificar que ninguna se ha fugado. Luego ver si todos están bien. El fuego ha sido sofocado.
Sentadas en el suelo, medio vestidas, otras descalzas, los niños llorando, uno a uno fue palomeado en la lista. La incertidumbre se ha propagado más rápido que el fuego. De seguro habrá traslados, a lo mejor mi familia no sabe que está pasando. Donde nos van a meter, que medidas irán a tomar. Además del calor abrasador a las mujeres privadas de la libertad también se les ha movido el suelo. Se les ha sacudido su mundo.
Nada que lamentar ocurre en aquel lejano 2008 afortunadamente, pero tampoco nada se corrige. Por el contrario, justo en el lugar más vulnerable del todo el Centro de Readaptación, se construye a los meses un nuevo pabellón femenil que es inaugurado en más de tres ocasiones por distintas autoridades estatales. Como casi todas las obras de Gobierno.
En aquel entonces, el Sistema Estatal Penitenciario contaba con un presupuesto autorizado por el H. Congreso del Estado de 424 millones 402 mil 306 pesos. Al cierre del primer trimestre, presentaba un ejercicio acumulado de 202 millones 303 mil 446 pesos, monto que significaba el 47.7 por ciento del presupuesto autorizado, para realizar la rehabilitación de las áreas de talleres siniestradas en el incendio suscitado en el cereso Hermosillo 1 y realizar el proyecto ejecutivo de construcción de un pabellón de dos plantas con celdas quíntuples y baños comunes, compartiendo pared justo con los talleres de tarimas que el pasado 21 de septiembre se incendian. Dice el expediente de transparencia que esta meta fue cumplida, contando con el Proyecto Ejecutivo de Construcción.
No lo sé, a mi me sigue dando olor a quemado.
DATOS: transparencia.esonora.gob.mx/NR/rdonlyres/081A7EDA-32B5-4579-8435-BE6026073A6F/55484/192.pdf