8 septiembre, 2024
Radio Sonora
Opinión de Sylvia Arvizu

Pachuco tropical

Entra como hecho la mocha. Sin pausa ni freno hasta el pasillo de los dulces a granel del Zazueta del centro. Aprovecha que la tienda está a reventar para pasar de largo sin medirse la temperatura ni echarse gel. No así deja de llamar la atención. Al contrario. Basta con su vestimenta para voltear a verlo. Una gabardina larga, negra. Un sombrero de ala grande y pluma multicolor. También negro. El pelo echado hacia atrás con evidentes rastros de grasa. Un portafolio que abraza con la mano izquierda, mientras con la derecha agarra dulces a puños y se los mete repetidamente en la boca sin ni quiera tragarse el anterior bocado. El gesto de repulsión de la gente es indudable. Pero nadie se atreve a reportarlo con los empleados del super.

Le dicen el pachuco tropical. Desde siempre le gusta la música, el baile, la fiesta. Desde niño su papá, un músico de carrera vencido por el vicio, le enseña a tocar la trompeta, y también a empeñarla cada vez que es necesario para comprar una botella…o una pachita, o lo que alcance. La mamá se va con otra cuando él es niño. Si, con otra y eso le duele aún más a su papá. O al menos eso dice en medio de sus delirios,” si por lo menos me hubiera dejado por un hombre, ya la habría perdonado”. El pachuco crece así. Creyendo que otra mujer ha sido responsable de su desgracia. Odiando a esa mujer, a su mamá, y de paso a todas las mujeres del mundo.

El papá del Pachuco también muere. O vive de más como dice el pachuco. Le deja de herencia un remedo de casa. Un pedazo de baldío con un cuarto a medio terminar. Dos paredes de block. Otra de ladrillo. La cuarta pared robada del edificio de enseguida. El techo un poco de lámina, un poco de cielo. Tragaluz de día, paisaje de noche. P´al cuchitril del pachuco dicen los amigos, cuando tienen ganas de loquear y el pachuco ofrece la casa como buen anfitrión, como único tesoro que compartir con los amigos. Cuando estos se van, él abraza el maletín como almohada, para consultarle sus sueños y para que nadie intente robárselo de madrugada. Dicen que está vacío. Otros dicen que trae una trompeta vieja, los que lo conocen de mas tiempo, aseguran que trae ahí las escrituras de su casa, del cuchitril, del castillo que era para el ese pedazo de lámina agarrado con alambre de las varillas del edificio vecino.

Mas de una vez pide el pachuco ayuda al gobierno para construir algo decente, para recibir mejor a los amigos, para, porque no, quizá algún día formar una familia. Siempre le dan pa´tras. Que, porque no tiene dependientes de él, ni hijos ni personas de la tercera edad, y que ellos como gobierno, tienen prioridades. El pachuco no se da por vencido, vuelve a meter papeles a cada convocatoria una y otra vez. Hace fila muy temprano en las oficinas y llena los papeles recargado en su inseparable compañero el portafolios. Así, año tras año hasta que un día, estando en el parque del mundito le mandan hablar. Que afuera de su casa están unas personas del gobierno, que le traen buenas noticias, que le van a construir un pie de casa, que sus sueños se harán realidad. Está la prensa, y también los vecinos del alrededor del cuchitril. Le toman fotos, lo felicitan. Todo está dispuesto para construirle un hogar mas digno. Solo hay una condición: hay que derrumbar la construcción actual si es que se le puede llamar construcción -dijo el funcionario- para poder fincar más sólido lo que será el nuevo hogar. Y Pachuco duda, pero se convence de que es lo mejor. Se despide de las desvencijadas paredes que durante años le dieron calor y refugio. En tres días volvemos le dicen, cuando ya hayas derribado todo. Te entregaremos ladrillos, cemento, cal, arena y grava y por supuesto varillas para que tengas el hogar de tus sueños. Pachuco no necesita tres días. En una tarde derrumba todo movido por la ilusión, por lo que significa su nueva casa. Y al siguiente día no se desespera porque aún falta otro día. Y al tercer día tampoco porque sabe que apenas es el plazo señalado. Y al cuarto quiere dudar, pero piensa que quizá le están construyendo casa a alguien más necesitado que él. Al quinto empieza a ponerse triste, y el resto de los días ya nadie sabe lo que realmente piensa el pachuco.
La tarde en colores rojos cae sobre la ciudad. Al pachuco solo se le ve juntar cartones otra vez, para un nuevo techo. Un nuevo refugio. A veces se le ve amarrar una lámina con otra a manera de pared. Otras cuando el hambre arrecia se le ve comer dulces a granel en Zazueta, metiéndoselos a puños para ganarle al hambre con una mano. Abrazando el maletín-almohada con la otra.

Noticias relacionadas

Las mujeres y el fuego

Sylvia Arvizu

La espera

Sylvia Arvizu

Un trapito apuntando al sol

Sylvia Arvizu

Hay un Chapo en la Isla

Radio Sonora

Número veintiuno

Sylvia Arvizu

La mano y la trucha

Sylvia Arvizu

Dejar un comentario

"41 años, Radio Sonora, cada vez más viva, cada vez más pública"