Los agentes no han podido avanzar con la investigación. Lo único que tienen a la mano son unas cartas mal habidas y una sospecha. O menos que eso. Pablo Sandoval, el asistente con problemas para mantenerse sobrio, prefiere irse al bar para buscar alguna luz qué echar sobre el caso y bastante alcohol para su garganta. Y tal vez más lo segundo que lo primero.
Y es cuando el nudo comienza a desatarse.
Le habla a su jefe, Benjamín Espósito. Quiere compartirle lo descubierto platicando con los contertulios: la clave para entender las cartas está en los nombres propios mencionados, todos refieren al equipo de soccer de Avellaneda. Ahí es dónde, dice, deben buscar al asesino porque “puedes cambiar todo. De cara. De casa. De familia. De novia. De religión. De Dios; pero no puedes cambiar de pasión”.
Técnicos o rudos
El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009) es una coproducción argentina-española que lo tiene todo: violencia y amor; justicia y corrupción; valor y miedo. Una completa colección de opuestos y sus matices que se entrelazan para lograr algún equilibrio y hacer, de esa ficción, algo que se impregna como algo bastante real.
De hecho, se dice que la inspiración de la novela en la cual se basó la película le vino al autor, Eduardo Sacheri, de un caso real y la vida de un amigo suyo —de profesión policía— que no superó el enfrentarse contra un homicidio que nunca pudo resolverse. Sacheri, junto con Campanella, estuvo en el trabajo del guion. Toda la mano, todo el esfuerzo.
Hay dos planos temporales. En uno, es la investigación del asesinato de una joven mujer lo que lleva el recorrido por la Argentina de la década de los años setenta; en el otro, es la intención del policía jubilado de escribir una versión novelizada de aquella tragedia lo que nos presenta una de las mejores representaciones de amor imposible que puedan recordarse en la pantalla.
Hay otro plano, uno cinematográfico, que pudiera ser de lo más recordado. Es un plano secuencia, es decir sin cortes aparentes, de casi cinco minutos que relata la búsqueda del asesino entre la asistencia a un partido que se libra en el estadio Tomás Adolfo Duco. La escena comienza en el aire, por encima del estadio que puede albergar poco más de 40 mil almas. Recorre las gradas, acompaña la mirada de los agentes. La cámara persigue al sospechoso cuando es descubierto y sube escaleras, entra a un baño, sale para intentar huir. Termina todo a nivel de cancha, en una toma perpendicular.
Solo por esa escena, la película vale. Lo impresionante es que tiene más.
El mano a mano
Explora, por ejemplo, lo que implica el peso de la política sobre la justicia. Aun habiendo confesado, liberan al asesino y lo contratan (como sicario) dado el interés revanchista deun antiguo rival del protagonista. Ese rival se aprovecha del poder que acumula su partido, afín a un régimen que está por consolidarse como dictadura. También retrata los mecanismos burocráticos de control, necesarios para que las cosas sucedan en las oficinas públicas.
Pero hay más. También está, como se anotó arriba, la historia de amor imposible. “Deje abierto, no es nada privado”, dice Irene Menéndez (interpretada por Soledad Villamil), refiriéndose a la puerta del despacho. Ese recurso, el de la puerta que se abre o cierra según la naturaleza de la conversación, es preciso, claro y contundente. Es la pasión, esa que no puede cambiarse.
Soledad Villamil y Ricardo Darín (quien interpreta al protagonista, Benjamín Espósito) ya habían sido pareja cinematográfica en otro trabajo del director Campanella, diez años antes. La película se llama “El mismo amor, la misma lluvia”, y también tiene lo suyo. Pero como “El secreto de sus ojos”, ninguna.
La cinta recibió varios premios, entre los que suelen destacarse: el mexicano Ariel, en la categoría de Mejor película iberoamericana, los españoles Sant Jordi y Goya, Mejor película extranjera, y el Óscar, Mejor película extranjera, otorgado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas del vecino del norte. No solo es reconocida por la crítica y las academias artísticas pues se le recuerda como una de las más taquilleras.
A ras de lona
Años después del éxito que significó la película, se realizó una versión norteamericana. Su título se tradujo en Latinoamérica como “Secretos de una obsesión” (Billy Ray, 2015), seguramente para diferenciarla con toda claridad. A pesar de las caras conocidas que estelarizan esta adaptación —Julia Roberts y Nicole Kidman, entre otras—, no tiene mucho caso perder el tiempo ahí. Definitivamente lo mejor es buscar la versión argentina-española, que lo tiene todo.